Siempre he tenido una relación extraña con ellas. Parece más bien una relación de amor-odio. Por un lado, me da un miedo terrible escuchar de qué manera parece que el cielo se va a partir en dos; y, por otro lado, me encanta cómo se cubre el cielo, cómo se conecta al suelo a través de ese hilo de luz. Además, adoro escuchar el continuo caer de la lluvia. Evidentemente, siento muchísimo todas aquellas familias que ayer en Sevilla estuvieron sacando agua de sus casas, aquellos pueblos que se arriaron y a las dos mujeres que murieron en Alcalá de Guadaira (información que sale en 20.minutos).
Pero es que no lo puedo remediar. Me encanta todo lo que conlleva. Ese recogimiento que te produce, escuchar cómo cae el agua mientras estás en tu casa...es algo que me relaja. Supongo que no pensaría lo mismo si todos los días fueran iguales. Estuve en Manchester en noviembre del año pasado y realmente no podría vivir toda la vida así. Vamos, que no cambio el sol de Andalucía por nada del mundo.
Pues ayer, mientras volvía a casa, que se encontraba en el centro de la tormenta, ya que al vivir en una zona de Sevilla que se encuentra rodeada de parques con muchos árboles y amplias zonas de campo abierto parecía aquello una discoteca con tanta luz intermitente, el agua no me dejaba ver más allá del cristal. Mis limpiaparabrisas no daban a basto para quitar tanta agua. Mientras conducía con el temor a que cualquiera tenía todas las papeletas para tener un accidente por las condiciones meteorológicas, mientras estaba todo el mundo en la calle porque ayer jugaba el Sevilla (yo trabajo a cinco minutos andando del estadio) y, por tanto, todos los aficionados estaban con sus paraguas cruzando por todos lados en plan kamikaze y que los incesantes truenos y rayos no paraban, pues ayer, me encontraba muerta de miedo. La fascinación dio paso a un "por favor quiero llegar a mi casa y meterme bajo la sábana".
Así que cuando por fin llegué a mi casa. Cuando me bajé del coche y me puse como una sopa tras andar sólo tres pasos hasta la puerta. Cuando metí la llave ya en la cerradura para salir pitando a cambiarme y meterme como una "miedosa bajo las sábanas"; abro y de repente escucho a mi sobrinito de dos añitos y medio chapurrear en su lenguaje: "¡Tita! ¡Tita! Mira los peos que se está tirando el cielo. Le estoy echando desodorante porque huelen muy mal".Pues tras esto no pude hacer otra cosa que reír sin parar. A partir de ese momento para mi sobrino (que es lo que le dijeron para que no tuviera miedo, y funcionó) y para mi (que al final también me funcionó), las tormentas son sólo peos del cielo, y, además, huelen muy mal.